Carlos Gardel y Luca Prodan: Dos forasteros que reinventaron la música argentina

Por Marcelo Rivero


  

  En la historia de la cultura argentina hay una paradoja tan poderosa como recurrente: los que más profundamente la transforman, muchas veces, vienen de afuera. Tal vez porque la identidad nacional, lejos de ser una esencia fija, se forja en el cruce, en el mestizaje, en la apertura. Carlos Gardel y Luca Prodan son dos ejemplos fulgurantes de ese fenómeno. Llegaron al país desde mundos muy distintos —el primero, desde el sur de Francia a finales del siglo XIX; el segundo, desde la convulsionada Europa de los años 70— y en contextos también disímiles. Pero ambos terminaron por convertirse en figuras ineludibles de la música popular argentina. No como simples intérpretes o cantantes famosos, sino como renovadores de lenguajes: Gardel, en el tango; Luca, en el rock.

Carlos Gardel nació en Toulouse, Francia, en 1890, aunque él mismo alimentó el mito de un origen uruguayo para desdibujar sus raíces extranjeras. Su llegada a Buenos Aires siendo apenas un niño lo convirtió en testigo y protagonista de una ciudad en plena transformación. La inmigración masiva, los conventillos, la consolidación de un lenguaje híbrido como el lunfardo: todo eso se colaba en una nueva forma de expresión musical llamada tango. Gardel no lo inventó, pero sí lo elevó. Lo sacó de los suburbios prostibularios y lo llevó al escenario y al disco, a la radio y al cine. Su voz, única e inconfundible, unía la melancolía arrabalera con la elegancia de un crooner internacional. Pero más allá del estilo, Gardel aportó una síntesis: le dio al tango una dimensión sentimental, íntima, lírica. Con él, el tango dejó de ser solo música bailable para convertirse en canción. Si Discépolo fue su dramaturgo, Gardel fue su actor principal. El tango moderno, cantado, comienza con él.

“Yo no soy de ningún lado… pero si me preguntan, soy del Abasto”, dijo alguna vez Gardel, en una frase que sintetiza su identificación con el barrio porteño donde creció. En otro testimonio recogido por sus biógrafos, rememoraba: “El Abasto era mi mundo. Conocía a todos los puesteros del mercado. El olor de la fruta, el bullicio de la gente... era como vivir en una milonga a cielo abierto”.

Sesenta años más tarde, otro extranjero pondría patas para arriba el panorama musical local. Luca Prodan nació en Roma en 1953, se educó en un internado británico y pasó su juventud entre Londres y Europa, en plena efervescencia del punk y el reggae. En 1981, escapando de la heroína y de una vida marcada por el exceso, recaló en una Argentina a punto de entrar en su crisis final: dictadura, Malvinas, hiperinflación. En ese caos, Luca encontró un escenario propicio. Con Sumo, la banda que formó junto a músicos argentinos, trajo sonidos que aquí apenas se conocían: el post-punk de Joy Division, el dub de Jamaica, el rock crudo de The Fall. Pero no se limitó a imitar: Luca fusionó esos ritmos con la energía callejera local, con letras en spanglish, con una actitud irreverente que descolocaba tanto a los rockeros serios como al establishment musical. En un país donde el rock era solemne y militante, él trajo ironía, cuerpo, desparpajo. Luca no cantaba sobre la patria ni sobre causas políticas. Cantaba sobre el tedio, la paranoia, la bebida, los amigos, la noche. Lo suyo era existencial y visceral. Y, aunque murió joven en 1987, dejó sembrado un nuevo estilo, un modo de cantar y componer que influenciaría a una generación entera de bandas argentinas.

“Cuando llegué, lo primero que sentí fue que esto no era Europa. Había algo raro, una tristeza pegada a las paredes. Me gustó. Era crudo”, diría Luca en una entrevista de 1986. En otra, publicada un año después, agregaría: “Vivía en Gallo, cerca del Abasto. Estaba todo medio muerto. El mercado cerrado, la gente como apagada. Pero había algo verdadero ahí. Como un tango oxidado”.

Carlos Gardel creció en el barrio porteño del Abasto, donde el Mercado homónimo fue un escenario fundamental en su vida y en su imaginario artístico. Hoy, el Museo Casa Carlos Gardel funciona en la calle Jean Jaurès 735, la misma donde el Zorzal Criollo vivió su juventud junto a su madre. A mediados de los años ochenta, Luca Prodan se instaló primero en un departamento de la calle Gallo al 400 y más tarde en una vivienda sobre Alsina. En su canción “Mañana en el Abasto”, Prodan reflejó la desolación y el abandono que sentía ante el cierre del histórico mercado. La fachada deslucida del edificio se transformó para él en una metáfora perfecta de un barrio relegado, melancólico, suspendido en el tiempo.

“Parada Carlos Gardel, es la estación del Abasto.

Subte, Línea B, y yo me alejo más del suelo,

y yo me alejo más del cielo, también.

Mañana de sol, bajo por el ascensor, calle con árboles…”

Así canta Luca en After Chabón, el tercer disco de Sumo, editado en 1987.

Gardel y Luca fueron, a su modo, intrusos. Y quizás por eso mismo pudieron ver y oír lo que otros no veían ni oían. Llegaron con oídos educados en otras músicas, con otras inflexiones idiomáticas, con otra sensibilidad estética. Y, sin embargo, lo que ofrecieron no fue una imposición sino un diálogo. Ambos tomaron algo profundamente local —el tango, el rock argentino— y lo transformaron sin traicionarlo. Le inyectaron vida desde otro ángulo. Le dieron forma nueva. Que Gardel, símbolo máximo de lo argentino, haya sido francés, y que Luca, emblema del under porteño, haya sido italiano, no debería sorprendernos. Más bien debería recordarnos que la identidad cultural es, por naturaleza, hospitalaria. Que los márgenes pueden nutrir al centro. Que el arte, cuando es verdadero, no necesita pasaporte.



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