Libertad, nada me ata y sigo vivo

Por Marcelo Rivero 

  Una palabra en disputa, una búsqueda que persiste, una experiencia que duele, incomoda y se canta. De Pappo a Miguel Abuelo y de él a Calamaro, del deseo profundo a la trampa del eslogan, una reflexión sobre aquello que intentan arrebatarnos y seguimos defendiendo con el cuerpo, la memoria y la voz.

I. Una pregunta que persiste

La libertad ha sido, y sigue siendo, una de las palabras más invocadas, maltratadas y disputadas del idioma político y cultural. Desde la Revolución Francesa hasta los slogans más cínicos de la actualidad, su sentido oscila entre el anhelo genuino y la propaganda vacía. En la Argentina, esa oscilación tiene un eco particular: la libertad aparece tanto en las canciones que acompañaron nuestras luchas como en los discursos que justificaron nuestras derrotas. No es casual que tres grandes figuras del rock argentino —Pappo, Miguel Abuelo y Calamaro— hayan intentado pensarla desde su música.

En los años 70, Pappo cantaba: “¿Adónde está la libertad?”, en medio de una década marcada por la violencia política, la censura, la represión y, finalmente, la dictadura militar. Su libertad no era un concepto abstracto: era una urgencia física, emocional, vital. “El otro día me quisieron matar / ametralladora pa-pa-pa-pa”, gritaba, con una crudeza que sigue doliendo. La libertad, en ese contexto, era una zona de peligro, una esperanza siempre amenazada.

Con la llegada de la democracia, Miguel Abuelo —que había sobrevivido al exilio, a la desconfianza y al olvido— le puso un tono celebratorio: “Yo soy tu bandera / libertad”. Pero no era ingenuo. Sabía que la libertad no se decretaba: se ejercía, se cuidaba, se defendía. La libertad, decía, era “hermana de los amigos” y “socia de los peregrinos”. No era propiedad de un partido ni un derecho vacío, sino una forma de vivir con los otros, de caminar juntos.

Décadas más tarde, Calamaro retoma ese legado y lo convierte en una meditación melancólica y desbordada: “La conocen los presos... los faloperos... los que sueñan despiertos”. La libertad, para él, no es una idea clara, sino una experiencia límite. Está en los márgenes, en los dolores, en los intentos fallidos. Es la hermana hermosa, esquiva, deseada. Pero también es, y esto es fundamental, una palabra sospechada: “¿Será solamente una palabra?”


II. ¿Por qué la derecha se apropia de la libertad?

En los discursos contemporáneos, especialmente en los de derecha, la libertad aparece como un mantra. Se grita en campañas, se imprime en remeras, se corea en marchas contra los impuestos, contra el Estado, contra los derechos de los demás. Pero ese uso, lejos de expandirla, la vacía. Se convierte en sinónimo de privilegio individual, de capricho de mercado, de impunidad encubierta.

Hay una paradoja trágica en juego: quienes más alardean de la libertad son muchas veces quienes más la limitan. Quieren “libertad” para portar armas, pero reprimen la protesta social. Quieren “libertad” para emprender, pero niegan la libertad de acceder a una salud pública o a una universidad gratuita. Dicen defenderla, mientras condenan a millones a la precariedad, el miedo y la exclusión.

La derecha se apropia del significante “libertad” vaciándolo de todo contenido colectivo. La vuelve un eslogan individualista, hostil a la igualdad y ciego al sufrimiento. Pero la libertad verdadera no es la de pisar al otro, sino la de caminar juntos. Como decía Jauretche: “La libertad sin justicia social es una mentira.”

III. Volver a la pregunta

La libertad no es un destino, sino un camino. Es una pregunta que no se deja clausurar. Es, como en las canciones de Pappo, Abuelo y Calamaro, un llamado. Una búsqueda. Algo que se vive, se pierde, se recupera. Está en los gestos cotidianos, en la dignidad del que resiste, en la ternura del que comparte, en la fuerza del que no se resigna.

Hoy, cuando se intenta reducirla a un eslogan de campaña o a una excusa para el ajuste, es más urgente que nunca reivindicarla desde abajo. Desde la calle, desde la poesía, desde el amor. Porque, como cantaba Miguel: “Nada me ata y sigo vivo”. Porque, como preguntaba Norberto: “¿Adónde está la libertad?” Porque, aunque la hermana más hermosa parezca lejana, seguimos buscándola.

Y no dejamos de pensar.

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